Roberto Hernández: el periodismo como oficio con alma

Roberto Hernández: el periodismo como oficio con alma

El licenciado en Comunicación Social y estudiante de Derecho de la Universidad de Valparaíso, Diego Grez Cañete, participó como ponente en el III Seminario de Historia y Patrimonio de la Fundación Roberto Hernández Cornejo, instancia celebrada el 5 de junio pasado en el Instituto de Historia de la PUCV, en Viña del Mar (ver informaciones anteriores), en la que presentó una destacada reflexión sobre la trayectoria y proyección contemporánea de la obra del insigne periodista. Su intervención fue reproducida en versión resumida por los medios El Labrador de Melipilla y Diariotalca.cl, ampliando el alcance de sus planteamientos hacia públicos regionales. Con una reconocida vocación por la historia del periodismo y una activa participación en medios como El Marino de Pichilemu, Grez se posiciona como una joven voz crítica y reflexiva del periodismo chileno. A continuación, se ofrece la versión para prensa de su intervención, denominada «Roberto Hernández: el periodismo como oficio con alma»:

En tiempos donde la información circula a gran velocidad, los titulares sensacionalistas y la opinión muchas veces se oculta bajo una supuesta neutralidad, redescubrir a Roberto Hernández Cornejo (1877–1966) no solo es un ejercicio de memoria, sino un acto profundamente actual. Su obra, desperdigada en periódicos de Melipilla, Santiago, principalmente de Valparaíso y plasmada en más de una veintena de libros, es un ejemplo de un periodismo que no solo contaba lo que pasaba, sino que ayudaba a entender por qué pasaba.

Hernández escribió desde una lógica hoy casi extinta: la del periodismo como interpretación, como herramienta de pensamiento crítico, como crónica con estilo y sentido. En sus textos se entrelazaban el relato costumbrista, la crítica social, la historia local y la literatura. No se trataba simplemente de informar; se trataba de aportar una mirada. Su estilo narrativo, reflexivo y comprometido, contrasta con la fragmentación de los medios actuales, especialmente los digitales, muchas veces dominados por la urgencia y el algoritmo.

Lo suyo era un periodismo con profunda raíz territorial. Desde su querido Valparaíso —ciudad que describió con pasión y afecto—, Hernández construyó relatos que ayudaron a formar identidad. Sus crónicas no eran meras piezas informativas: eran interpretaciones subjetivas, a menudo poéticas, que conectaban la vida cotidiana con los grandes procesos sociales de su tiempo.

En una época en que el periodista era también un intelectual público, su labor no se limitaba a cubrir hechos. Hernández escribía para pensar el país, para educar al lector, para poner en valor personajes y escenarios que el relato oficial ignoraba. Y lo hacía sin sacrificar belleza ni profundidad. Su biblioteca con vista al mar y su largo trabajo como director de la Biblioteca Santiago Severin simbolizan esa vida consagrada al conocimiento y la cultura.

Hoy, su legado es más necesario que nunca. En medio de la desinformación, la desconfianza hacia los medios y la crisis del modelo tradicional, su ejemplo invita a repensar el rol del periodista: no solo como narrador de hechos, sino como constructor de sentido colectivo. Frente al sensacionalismo y la superficialidad, Hernández nos recuerda que el periodismo también puede ser arte, memoria y crítica.

Volver a leerlo es redescubrir que aún es posible hacer un periodismo que informe con belleza, que opine con argumentos y que esté vinculado a las personas y los territorios. En lugar de acomodarse a las modas del trending topic, su figura nos desafía a reconectar con lo esencial: un periodismo que no solo mira lo que ocurre, sino que se pregunta por qué ocurre, para quién y con qué consecuencias.

Diego Grez Cañete